En ocasiones, cuando las emociones nos desbordan, nos sentimos incapaces de controlarlas y saber reaccionar. Creemos que se apoderan de nosotros, llegando a rendirnos porque pensamos que no podemos hacer nada por ello.
Estamos equivocados, las emociones son universales todos sentimos todas las emociones, con una intensidad, duración y frecuencia. Pero, ¿qué nos diferencia a unos de otros?, ¿por qué parece que sólo nosotros sentimos una tristeza muy profunda o rabia incontrolada?, ¿los demás se frustran tanto como yo?
Lo que realmente nos distingue es el aprendizaje, las herramientas que poseemos o no para regular estas emociones y lo que hacemos con ellas, cómo actuamos.
¿Qué nos distingue de las personas que saben regular las emociones?
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La educación recibida nos lleva a experimentar ciertas emociones y a poder controlarlas. En casos de una sobreprotección excesiva, no dejarnos experimentar rabia o frustración e incluso participando en la regulación de nuestras propias emociones, nos limitan a la hora de sentirlas y regularlas.
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Las experiencias que vivimos a lo largo de nuestra vida nos llevan a evitar situaciones y relaciones en las que podemos llegar a sentir una intensidad emocional tan alta que nos desborda.
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Si no me he enfrentado a determinadas emociones, es más probable que me inunden y me dificulten su regulación.
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La exposición, cuantas más veces nos expongamos a esas emociones sin bloquearlas o evitarlas, su malestar disminuirá, empezando a regularlas.
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El aprendizaje, no nacemos sabiendo regular nuestras emociones, pero podemos aprender; disminuyendo así su intensidad, duración y frecuencia.
Hay dos pautas muy importantes y necesarias a tener en cuenta para comenzar a regular las emociones desagradables:
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Bajo ningún concepto evitar, bloquear o ignorar una emoción. De ser así será mucho más invasiva, limitante y perjudicial.
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Dejarnos llevar, permitir que esa emoción “circule”, como si se tratase de una ola. Porque después de golpear la ola, nos deja disfrutar de la calma.
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